De cuando el sistema se quitó el disfraz

Por Asun Fernández de Garaialde y Xabier Lasa

La crisis que azota el mundo capitalista desde 2008 ha terminado por poner en evidencia una gran verdad: el sometimiento de nuestro sistema político a la economía, más en concreto a los grandes centros de poder económico mundial, que para nada son organismos democráticos ni, por supuesto, han sido elegidos por sufragio universal. Por citar un ejemplo, en toda Europa no hay parlamento capaz de oponerse a los dictámenes de la banca alemana, que es quien aprieta los machos al Gobierno de Angela Merkel; quien a su vez ordena y manda la política económica a seguir en la UE. Esta verdad cada vez más evidente desenmascara la hipocresía de un parlamentarismo que, en tanto avanza la crisis, menos cuida la puesta en escena de su supuesta naturaleza democrática. Es la gran crítica del movimiento 15-M al sistema actual, heredada a su vez del marxismo y anarquismo en sus versiones más auténticas y originarias que -dicho sea de paso- nada tienen que ver con los estalinismos de diversa índole impuestos en su nombre a lo largo del s. XX.

A ese sometimiento de la democracia a los intereses económicos del sistema capitalista y, por consiguiente, el reduccionismo de su práctica a objetivos tan cuestionables y, a su vez, tan sacralizados hoy día como la reducción del déficit público, es a lo que algunos llamamos economicismo.
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