2012/11/18

Para entender los desahucios

Ahora que la cuestión de los desahucios adquiere su verdadera dimensión también en los medios de comunicación, conviene recordar que son muchas las personas, reunidas en plataformas PAH, las que llevan tiempo luchando contra esta injusticia. Es momento de reivindicación, pero también de reflexión, para desenmascarar el oportunismo de los que pretenden hacer ver que hacen algo cuando en realidad no hacen nada. 
Para ello proponemos la lectura de este largo pero interesante artículo.

Desahucios y banca: el drama no contado

por Pepe Rusiñol

Y 350.000 ejecuciones hipotecarias después, los dos grandes partidos y la patronal bancaria dijeron que había que hacer algo con el drama de los desahucios.
Dicho y hecho. En tiempo récord.
Pero la historia es demasiado compleja como para resolverla encerrados en un cuarto durante dos días. Y arranca muchos años atrás.
I. La crisis mundial
Sería imposible entender el drama de los centenares de miles de personas desahuciadas en España sin la revolución neoliberal que arranca con la victoria de Margareth Thatcher y Ronald Reagan a principios de la década de 1980. La onda expansiva de la liberalización total llegó al sistema financiero una década más tarde de la mano de los progresistas Tony Blair y Bill Clinton, que en un santiamén finiquitaron todo el modelo bancario mundial construido tras el crash de 1929 como “vacuna” para prevenir crisis futuras. 


Ese modelo desmantelado era aburrido, sí: los bancos guardaban el dinero de sus clientes y otorgaban créditos e hipotecas. La pequeña diferencia entre los intereses que cobraban y los que ofrecían era la base de su negocio. Márgenes pequeños y vida poco glamurosa. Pero una garantía para el sistema: el negocio estaba sobre todo en asegurarse de que las hipotecas se iban a devolver.
El nuevo modelo de “creatividad financiera”, invirtió la lógica. El crédito o la hipoteca pasaron a ser solo el punto de origen de un bucle que conducía, a través de las titulaciones, los derivados y los complejos productos estructurados, al nuevo Eldorado con márgenes de ensueño. El objetivo pasó a ser firmar cuantas más hipotecas, mejor. Sin preocuparse de si el cliente tenía posibilidades reales de devolverla. Suscrita la hipoteca, se titulizaba, y se movía. Aquí empezaba el negocio.
Una revolución de esta magnitud tiene necesariamente muchos padres, pero entre todos destacó Robert Rubin. De directivo de Goldman Sachs pasó a secretario del Tesoro de Clinton (1995-1999) y, una vez firmadas las reformas, desembarcó como jefazo de Citigroup.
Obviamente, los centenares de miles de personas que habían recibido un crédito hipotecario sin posibilidad de devolverlo dejaron de pagar en algún momento y fueron desahuciados. Con ello pinchó toda la burbuja y hasta Rubin tuvo que salir de Citigroup en 2009, con el crash desbocado y su banco nacionalizado, aunque sin devolver jamás los 126 millones que se embolsó en sus ocho años al frente de la entidad.

II. España en crisis
Por mucho que las autoridades recibieran aquí el seísmo como si de una brisa se tratara, España estaba desde el principio en el epicentro del crash. No era necesario ser un genio para intuirlo: la burbuja española del ladrillo era de las más visibles del mundo: los precios de los pisos se habían multiplicado por tres en solo diez años; el número de viviendas construidas se cuadriplicó y nunca antes hubo tanta gente a la vez convirtiéndose (supuestamente) en dueños de sus propias casas, hasta alcanzar una tasa del 83% de propietarios.
El sistema financiero estaba, en consecuencia, agujereado por todos lados. Pero la respuesta del establishment político y financiero fue negar la mayor y subrayar que el sistema financiero español era “el mejor del mundo”. Con un problema: ello exigía tratar como sanos a bancos y cajas que oscilaban entre una enfermedad muy severa y otra terminal.
No es cierto que solo las cajas tengan problemas como consecuencia del estallido de la burbuja del ladrillo. Es el conjunto del sistema el que está con respiración asistida, necesitado de ingentes cantidades de dinero público. Las inyecciones directas —que rondan los 50.000 millones de euros— se han concentrado en las cajas en estado terminal —la mitad, hacia Bankia—, pero la movilización exigida de fondos públicos, españoles o europeos, es muy superior.
Los avales ya suman otros 100.000 millones. Los créditos al 1% que concedidos por el Banco Central Europeo a las entidades españolas, otros 255.000 millones. Finalmente, el rescate bancario prevé una línea de otros 100.000 millones.
El total de fondos de origen público movilizado hacia la banca ronda pues los 500.000 millones de euros. Y como el objetivo ha sido mantener la apariencia de que el paciente está sano, ahí surge un incómodo “daño colateral”: el desalojo de los centenares de miles de hipotecados incapaces de seguir pagando.
Las leyes españolas no son como las de EEUU. De entrada, aquí no existe la dación en pago: si alguien deja de pagar, pierde la vivienda pero mantiene la deuda con la entidad financiera, que se contabiliza a partir de la subasta del piso, por el que el mismo banco suele pagar una cantidad irrisoria.
Son leyes extremadamente duras para el desahuciado. Pero muy buenas para mantener la ficción del sistema financiero sano antes de que la UE empezara a husmear: con el impago de la hipoteca, se iniciaba el ejercicio creativo que permitía transformar la debilidad contable en solidez. La hipoteca no atendida se transformaba en una nueva deuda, viva. Y lo importante: irrumpía en los balances el piso del desahuciado ya como un activo propio y a precio hinchado, de los tiempos del boom: durante un tiempo, se pudieron guardar las apariencias. Pero con un coste social altísimo.
Este es el problema de tener bancos zombis como si estuvieran sanos: durante años, lo importante para los bancos era mantener los pisos con su valor contable, aunque estuvieran vacíos. Venderlo a precio de mercado necesariamente comportaba anotar pérdidas que no podían permitirse. Y no ejecutar los desahucios hubiera significado contabilizar una hipoteca impagada sin poder anotarse el piso como activo propio; algo así como tener que reconocer la propia enfermedad.
Es un esquema increíble, que exigía centenares de miles de personas a la calle manteniendo su deuda y, en paralelo, centenares de miles de pisos vacíos. Todo con el objetivo de ganar tiempo para que ni Europa ni los mercados descubrieran el truco, con la esperanza de que la tormenta amainara, los precios volvieran a subir y, finalmente, los activos pudieran venderse al precio contable sin tener que anotar pérdidas.
No hay excepciones significativas en la gran banca. Es el conjunto del sistema financiero el que se ha beneficiado de los 500.000 millones citados y es el conjunto del sistema el que ha sido implacable con los desahucios para mantener la ficción de la buena salud: las ejecuciones superan ya las 350.000 en cuatro años, a un ritmo cada vez mayor en la medida en que la crisis se ha ido agravando: en el segundo trimestre de este año, la media escaló hasta las 512 ejecuciones por día. Y a repartir entre todos los grandes del sector, no solo las cajas.
La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), la red de activistas que durante años clamó casi en solitario contra el drama, tiene contabilizado un muestreo sobre 6.000 ejecuciones: encabeza el ranking, con el 16%, Bankia —que ha recibido una inyección de fondos públicos directos de 23.400 millones en capital—. Pero le siguen de cerca el BBVA (12%%), el Banco Santander (10%) y Caixabank (8%).
A principios de 2011, cuando ya se superaban las 250.000 ejecuciones, el clamor social en favor de la dación en pago —liderado por la PAH con el apoyo de partidos minoritarios de izquierda—forzó un debate en el Congreso que se aguó por la vía administrativa de las subcomisiones de estudio. Bastó una carta de la patronal bancaria a la ministra de Economía, Elena Salgado, y una advertencia de Fitch Ratings para sepultar el debate: estaba en peligro, advertían, la credibilidad misma de España y la solvencia de su supuestamente saneado sistema financiero. Era verdad: sin esta ficción, el modélico sistema financiero español hubiera aparecido desnudo. Es decir, zombi.

III. Partidos dependientes
El tronco central del sistema de partidos español —el PSOE, el PP y CiU—ha cerrado siempre el paso durante todos estos años de sangría a cualquier iniciativa que aliviara la tensión de las familias con costes para la banca con el argumento de que la sanación del sistema financiero es el requisito básico para que vuelva el crédito y, con él, el crecimiento.
Es un buen argumento, aunque pase por encima de que la mayoría de entidades no sanarán haciendo pasar lo suyo por un resfriado. Pero hay otros factores que ayudan a entender por qué los principales partidos —los más comprometidos con la “razón de Estado”— han avalado este esquema de dramáticas consecuencias.
El más importante es la propia financiación de la maquinaria del Estado. Como los Gobiernos renunciaron a una reforma fiscal de verdad —“bajar los impuestos es de izquierdas”, llegó a proclamar Zapatero—, cada vez son más dependientes de que los agentes de los mercados —básicamente, el sector financiero y sus múltiples ramificaciones— compren los bonos que les permite financiase.
La ficción sobre la solidez del sector financiero español podía durar unos meses, pero en seguida el mundo y los mercados desconfiaron y la prima de riesgo empezó a subir, azuzada además por la crisis general de la eurozona. La falta de agentes interesados en comprar deuda española por considerarla poco segura encarece necesariamente el precio de emisión. Y hace aún más dependiente al Gobierno de los que siguen acudiendo a las sucesivas subastas. Sin ellos, entraría en bancarrota.
Y desde hace meses, ya solo acude a las subastas el sector financiero español. Sin ninguna vocación de ONG. Esto es poder de verdad.
Pero incluso si esta “capacidad de persuasión” tan contundente llegara a fallar, también en España se ha dado el fenómeno de la “captura del regulador” con la misma intensidad que en la mayoría de países occidentales tras la crisis: destacadísimos directivos del sector financiero han desembarcado en los puestos económicos clave la Administración.
El ministro de Economía, Luis de Guindos, no solo era el primer ejecutivo de Lehman Brothers en la península cuando el banco quebró, sino que saltó al ministerio desde el consejo de Banco Mare Nostrum (BMN); el número dos de Presidencia llegó al puesto desde la jefatura jurídica del Banco Santander, al frente del ICO está un directivo del BBVA, el secretario del Tesoro procede de Barclays…
Y luego, la peccata minuta: la dependencia directa de los partidos respecto a la banca no ha dejado de crecer ante sus endémicos problemas de financiación. La banca ha acudido al rescate con generosidad. La deuda del PP pasó de 16 a 59 millones solo entre 2005 y 2007 —el último ejercicio fiscalizado por el Tribunal de Cuentas—; el Banco Santander restructuró en 2006 una deuda del PSOE vencida en 1990 que supuso una condonación de al menos 3,5 millones; La Caixa “restructuró” al PSC su deuda vencida de 7 millones y facilitó a CiU otra “restructuración” de 15 millones en condiciones excepcionales, al tiempo que mostró gran comprensión con Unió, el socio pequeño de la coalición nacionalista, el más ahogado de todos: el partido de Josep Antoni Duran Lleida recauda entre sus militantes 90.000 euros al año y acumula una deuda con la banca de 12 millones, la mayor parte con La Caixa.

IV. Silencio en los medios
Los liberales suelen confiar en que si algún grupo de presión logra “capturar” la política y las instituciones, siempre quedará la prensa como guardián de la libertad.
Y sin embargo, salvo algunas excepciones, los grandes medios parecen descubrir también ahora un drama que acumula ya 350.000 ejecuciones —es decir, familias incapaces de afrontar la hipoteca y en camino de desahucio— y que se estaba produciendo a plena luz del día.
Algunos le han dedicado muchas páginas coloristas, pero lejos del nexo que une a los desahuciados con los que piden la ejecución, la única forma de llegar a entender un poco lo que sucede. La Vanguardia, asombrada por lo que acaba de descubrir, incluso escribe estos días que las reivindicaciones de la PAH se situaban hasta hace poco en el “exotismo alternativo” a pesar de que la entidad nació ya con decenas de miles de expedientes ejecutados.
En realidad, la “captura del regulador” se ha extendido también a los medios tradicionales. El pinchazo de la burbuja les pilló con deudas inasumibles, que han acabado transformándose en capital de las respectivas empresas. La crisis ha cambiado la estructura de capital de todos los grandes medios de España, que en la práctica han sido absorbidos por el sector financiero, como ha contado en sucesivos informes la revista satírica Mongolia.
El grupo Prisa —El País y la Ser— ya no es de la familia Polanco, sino de un pool bancario encabezado por El Banco Santander, HSBC y Caixabank; El Mundo depende en buena medida de la banca italiana; los agujeros de Vocento-ABC han sentado en el consejo al Banco Santander y el BBVA; el dueño de Antena3-LaSexta-La Razón es vicepresidente del Banco Sabadell; el hombre fuerte del consejo de Zeta-El Periódico es un ex consejero de Bankia muy bien conectado con La Caixa, y el dueño del Grupo Godó y La Vanguardia es vicepresidente de La Caixa.
El drama social de los desahucios se ha hecho tan insoportable que los grandes partidos han acordado solemnemente actuar, ahora que la ficción de la banca sana ya no es creíble para nadie y que la UE ha impuesto la creación del “banco malo”.
Y los grandes medios se han felicitado por el acuerdo.
Pero los zombis siguen siendo zombis. Y los 350.000 desahuciados, 350.000 desahuciados.

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